Las penas son de nosotros, los servidores son ajenos
¿Qué pasa si se caen o cambian las reglas de los sistemas que guardan la información digital que permite que el mundo funcione hoy? La dependencia es mayor de lo que imaginamos
El lunes 20 de octubre a las 3.45 AM, hora de Argentina, una falla en los servidores de Amazon Web Service (AWS), en Virginia del Norte (Estados Unidos), dejó sin servicio a un ecosistema global de clientes que van desde sistemas de gestión para empresas y finanzas a videojuegos y redes sociales. Plataformas como Netflix, Microsoft 365, YouTube, Facebook, Snapchat, Epic Games y Fortnite sufrieron inconvenientes para funcionar. Mientras que entidades financieras como Banco de Escocia, Halifax, Lloyds, el exchange cripto Coinbase y la app de trading Robinhood estuvieron varias horas sin poder procesar operaciones. En Argentina, Mercado Pago, Ualá, Personal Pay, Galicia y Naranja X informaron demoras y errores al intentar procesar pagos o transferencias. También tuvo problemas SUBE digital, que no permitía realizar recargas desde aplicaciones móviles y los servicios de ChatGPT, Canva, Disney+, Hulu y Play Station Network. Los análisis de mercado más conservadores estimaron que las 15 horas que duró la falla de AWS generó perdidas directas –en ventas, transacciones propias y de terceros y comisiones– superiores a los mil millones de dólares. Pero si se suman los costos indirectos –pagos de aseguradoras, potenciales juicios derivados, recorte en la productividad– el número final estaría por encima de los us$100 mil millones. Lo que equivale a la sexta parte del producto bruto interno (PBI) que generó una economía mediana como la Argentina en 2024.
Un problema en la forma en que se comunican las bases de datos dentro de la estructura crítica de servidores de Amazon (EC2) en la región US-EAST-1 generó que las solicitudes de Domain Name System (DNS) fallen, lo que afectó 141 servicios de AWS. Una vez más, el aleteo de una mariposa demostró la fragilidad y dependencia sobre la que opera la infraestructura que conecta los sistemas vitales de los países occidentales y les permite funcionar a nivel local y comunicarse, a escala global, a través de Internet. “Este incidente subraya la preocupación de los reguladores financieros respecto a colocar demasiadas funciones de misión crítica en una sola canasta. Crea un riesgo de concentración inaceptable”, afirmó el analista fintech Christer Holloman en un artículo para la revista Forbes. “La razón por la que la interrupción de AWS causa un temblor tan profundo es que AWS no solo aloja sitios web bancarios estáticos; sus sistemas impulsan las funciones en tiempo real más críticas de la industria financiera. Durante la última década, las instituciones financieras han migrado agresivamente sistemas centrales e infraestructura de datos a la nube, buscando la velocidad, agilidad y resiliencia prometidas por la plataforma de Amazon”, explicó.
El sector servicios en Argentina (68% del PBI) utiliza de forma cotidiana soluciones en la nube para operar y generar riqueza. Las finanzas, el entretenimiento, las comunicaciones, los productos informativos y comerciales, sobre los que se montó nuestro estilo de vida hiperconectado, como percibimos el mundo real, y las diversas formas de transaccionar objetos materiales y bienes simbólicos en la economía de plataformas, corren sobre fierros emplazados fuera de las fronteras nacionales. Los grandes jugadores del sistema son norteamericanos y acaparan arriba del 60 por ciento del mercado global de almacenamiento y computo de datos: AWS (31%), Microsoft Azure (24%) y Google Cloud (11%). Le siguen Meta, Apple, IBM y más atrás las chinas Huawei, Tencent, Alibaba y ByteDance. El sistema de este siglo, que se encuentra en transición hacia una economía centrada en productos asistidos por Inteligencia Artificial (IA), opera sobre infraestructura que es propiedad de poco más de 19 empresas tecnológicas. Las únicas con la capacidad humana, económica y logística para construir y mantener data centers de hiperescala junto a sistemas de redundancia que eviten problemas como el que sufrió AWS.
Un informe de Synergy Research detalló que 13 de las 20 principales ubicaciones donde se emplazan este tipo de centros de datos se encuentran en Estados Unidos, cuatro en Asia-Pacífico y las tres restantes en Europa. Virginia del Norte (EEUU) –donde tuvo lugar la falla de AWS y tienen presencia Microsoft y Google– representa el 15 por ciento de la capacidad mundial de centros de datos de hiperescala, de acuerdo con la consultora que publicó la investigación.
Ciclo completo: el tiempo es dinero
Jugadores del sector de hiperescala, como Microsoft, Google, Meta y Apple, además de ser propietarios del instrumental, son los capitanes de la industria detrás del código fuente de los sistemas operativos Windows, Android y iOS. También son propietarios de redes sociales como YouTube, Instagram, Facebook y Whatsapp –el servicio de mensajería que utiliza el 93 por ciento de los argentinos, según Statista–. Y además desarrollan modelos de IA de punta como ChatGPT (alianza entre Open IA y Microsoft), Gemini, Meta IA y Apple Intelligence, que se enfoca en generar acuerdos con empresas del sector (Anthropic, Perplexity, Gemini). A tal punto estas compañías forman parte de nuestras vidas que este artículo se escribió en un Google Docs, la producción se almacenó en Drive, Pinpoint hizo las desgrabaciones y las búsquedas dentro de esos documentos estuvieron asistidas por Gemini. Salvo los audios de las entrevistas que se encuentran en el disco duro del teléfono, el resto del material recopilado no tiene respaldo en hardware propio.
Lo que ganan los sectores de la economía al tercerizar sus necesidades de cómputo, almacenamiento, distribución de datos, seguridad y software como servicio (SaaS), supera la perdida de soberanía respecto a su base de generación de riqueza. Productos (materiales e inmateriales), clientes, canales de venta y comunicación se montan, por un precio razonable, sobre una autopista global de cables y servidores que interactúan con computadoras personales, teléfonos y todo tipo de aparatos tecnológicos conectados a la red. Esa deslocalización democrática del capitalismo tecnológico es la base de la economía de plataformas, las finanzas y la uberización del trabajo: ubicuidad, bajo costo para funcionar y velocidad de transferencia de datos en tiempo real. Semejante rol de las tecnológicas en el sistema nervioso global, reduce la capacidad de los estados como reguladores en sus territorios. Solo naciones con las características de China (un Estado centralizado, con participación en sus empresas estratégicas y la experiencia previa en la captura del mercado de manufacturas) o Estados Unidos, con su aparato de seguridad y militar, pueden ejercer presión sobre estas estructuras y sus liderazgos.
Las personas y emprendimientos que desarrollan o complementan su vida económica por medio de Instagram, Mercado Libre, Marketplace, apps de viaje y delivery; quienes venden ropa, chucherías, bienes durables y servicios en sus estados de WhatsApp; los periodistas que arman medios en Substack y ofrecen suscripciones que se liquidan por Mercado Pago y PayPal; los influencers, líderes de opinión, emprendedores y militantes políticos –primero de derechas y luego progresistas neoliberales– que crean canales y streamings en YouTube, Tik Tok y Twich son el final de una larga lista de actores económicos uberizados que accionan sobre un tablero de juego algorítmico que adapta sus reglas, premios y castigos al tamaño y poder de fuego de cada uno. El ciclo transaccional entre las tecnológicas (infraestructura, plataforma, algoritmo) y los usuarios/creadores/emprendedor/empresa (contenido, interacción, rentabilidad: simbólica, en especias, metálico) se completa con el suministro de datos de comportamiento que la parte productora cede, a modo de pago, por el servicio/plataforma cuando se abre una cuenta personal o corporativa. Los datos son el commodity que sostiene el modelo de negocio de la industria de la atención y la economía de plataformas, porque pueden ser estudiados y analizados. Esto determina qué contenidos generan valor, quiénes logran mayor visibilidad y abre la posibilidad de direccionar y modelar conductas.
La independencia económica son los servidores
La periodista Carolina Taffoni en “Viaje al corazón del streaming rosarino”, un artículo que se publicó en Iceberg y motorizó la idea que llevó a escribir este, estableció temporalmente el boom de los streamings en la post pandemia: “[Un] Híbrido entre la radio y la televisión -y a caballo de la estética fragmentada de las redes sociales-,… tuvo un crecimiento volcánico en los últimos dos años, compitiendo en repercusión con los contenidos de la tele y la radio. El puntapié inicial lo dio Luzu TV en 2021 y después de esa inesperada experiencia exitosa vinieron Olga, Blender, Gelatina, Bondi, Neura y la lista continúa. Conductores como Nico Occhiato, Migue Granados o Pedro Rosemblat ya son estrellas por derecho propio para el público millennial y centennial. Incluso si jamás te asomaste por la programación de un canal de streaming, los vas a ver hasta el hartazgo en los ‘recortes’ de las redes sociales”.
El bajo costo inicial que necesita un inversor argentino para montar un canal de streaming profesional –ni hablar los cientos de canales amateurs que funcionan con un teléfono de gama media, una luz circular de bazar chino y carisma–, comparado con la estructura de un canal de televisión tradicional o una radio, transformó YouTube en un competidor de fuste. Incluisve para animales mitológicos como el Grupo Clarín, histórico hegemón de la televisión por cable y controlador de al menos el 25% del mercado de Internet –infraestructura incluida– en el país, según el libro Guerras de Internet, de Natalia Zuazo. En Estados Unidos, la plataforma de videos que Google le compró a Chad Hurley y Steve Chen por us$1.650 millones (2006), ganó la batalla del living en el mercado del streaming y disputa audiencia con la televisión.
“Hoy es accesible convertir una casa en un estudio, comprar un mic, prender una luz y salir en directo al mundo para arrojar máximas verdades, domar zurditos y feminazis, educar a Guillermo Moreno, dar clases de historia y decir de todo, incluso, cuando nadie dice nada”, describió en tono provocador un artículo de El gato y la caja que hace una arqueología del fenómeno stream y en su génesis ubica a los influencers libertarios Agustín Laje, Dannan y El Presto. Los que primero la vieron.
Esta accesibilidad permite difundir todo tipo de discursos a una audiencia masiva y global, pero exige el intercambio del tiempo productivo de las personas: un intangible. “Está como la idea de que internet, y particularmente YouTube, democratizó la palabra. Las redes sociales en general. Lo cual es cierto, pero con esta paradoja de que al final todos estamos laburando, o barato o gratis, para Alphabet [Google/YouTube], para Meta, X o lo que quieras”, quien hizo esta reflexión para Iceberg es el periodista Emilio Laszlo (28), coordinador de programación en Gelatina.
La precariedad de las herramientas necesarias para acceder al universo streaming es la continuidad de una previa: la de las grandes empresas mediáticas tradicionales que no pudieron adaptar su modelo de negocio publicitario (analógico y nacional) para competir con las ads de Google y Meta (análisis de datos y anunciantes locales e internacionales) y como opción de supervivencia optaron por precarizar su planta de periodistas profesionales –contratos a término, facturación por servicios y supresión de roles editoriales–. Después compraron el modelo algorítmico de sus verdugos y dejaron de vender noticias como principal activo para producir contenidos y transformaron las redacciones en una sala de emergencias que funciona 24/7, donde nadie siente nada, pero todos están estresados. Ese modelo de costo laboral y calidad informativa a la baja se sostuvo sin grandes cambios mientras aguantó la brecha de acceso a la industria derivada de los altos costos operativos. Status quo que se podría haber sostenido unos años más sin el shock acelerador que desató la pandemia de Covid-19.
Si bien ese balance desigual entre capital y trabajo/emprendedor se sostiene, la masificación y accesibilidad a teléfonos inteligentes, las redes sociales, el bajo costo de las cámaras de video y la velocidad de internet permiten que estructuras pequeñas, con un capital inicial modesto y mayor capacidad de adaptación al mercado de la atención, disputen audiencias y una pauta publicitaria cada vez más atomizada. Laszlo, de Gelatina, lo graficó de la siguiente manera: “La ventaja claramente es que hay una barrera de entrada para tener tu propio medio mucho más accesible que antes. Ni Pedro Rosemblat, ni Roberto Navarro, ni Julia Mengolini –poné el nombre que quieras–, hubiesen podido tener su propio canal hace 15 años”. Esto pone el foco en el cambio de dinámica que significó el fin de la hegemonía de los medios tradicionales frente a las plataformas: “Ya no hace falta ir a tocar la puerta de América o tirar el currículum a un productor de Canal 13. Hoy vos te hacés tu propio perfil de comunicador, productor, editor, diseñador, en las redes sociales y ahí los canales de streaming, si tienen bien puesto el ojo, te van a encontrar y te van a convocar. Y si no querés estar trabajando en un canal de streaming, te armás tu propio laburo en tus redes”, dice Laszlo. Es libertad para decidir.
En esa línea, Ivan Liska (34), cofundador y director creativo de Blender, agregó una capa de complejidad desde la óptica del empresario que complementa lo dicho por Laszlo: “Antes, en televisión, necesitabas una frecuencia, una antena, una licencia, un horario. Hoy lo único que precisás es una idea que se sostenga en la intemperie del algoritmo. Artísticamente, eso te da menos garantías, pero también te libera: podés probar formatos y romper la grilla. Siempre doy el mismo ejemplo: a principios de los 2000, con el avance de Internet, los diarios gráficos tradicionales replicaron sus ediciones en papel en las plataformas digitales, pero les costó encontrar la lógica propia de la red. Sus textos, sus estructuras e incluso los temas (y sus redacciones) seguían perteneciendo al siglo XX, adaptados a un nuevo soporte, pero sin una verdadera transformación. Algo similar está ocurriendo con los canales de streaming”.
“Comercialmente, el cambio es igual de profundo –apuntó el director creativo de Blender–: el modelo no se basa en comprar minutos de aire, sino en construir valor narrativo alrededor de una marca. Las marcas hoy siguen encontrando en los medios masivos un megáfono para que su mensaje grite más fuerte, y en nosotros un diapasón, ese dispositivo metálico en forma de U que vibra a una frecuencia específica cuando se golpea (produciendo un sonido puro) porque ese es el sonido que nosotros hacemos sonar para que escuche la comunidad que construimos”.
Esta carrera infinita por captar la atención es una preocupación compartida entre grupos mediáticos –cada año más dependientes de la pauta gubernamental y con el foco puesto en unidades de negocio paralelas que usan la pata mediática como grupo de presión– y empresas nacientes de streaming locales, que aplican estrategias comerciales diferentes producto de escalas que no son comparables y audiencias diferenciadas. Ambas estructuras empresariales tienen montados –en el caso del primero una parte, en el segundo prácticamente la totalidad– sus modelos de negocio sobre plataformas que deciden cómo y a quién le distribuyen sus contenidos sobre la base de algoritmos que se modifican según las conveniencias de ejecutivos e ingenieros de software que viven y trabajan en Silicon Valley (EEUU).
“No me preocupa en exceso [esa relación con la plataforma] –aseguró Liska–, porque en realidad todos los modelos actuales dependen de infraestructuras que no controlan y eso ya no es una excepción, es la norma. No es un problema del streaming. Es el signo de la época: si se cae WhatsApp, una inmobiliaria sufre”. Liska consideró que “lo que realmente nos protege no es la red social, sino la comunidad que construimos alrededor. Si Blender desapareciera mañana de YouTube y la gente saliera a buscarnos, eso sería el verdadero poder”.
Por su parte, el coordinador de programación de Gelatina, mostró una mayor inquietud por los cambios constantes y sin aviso de los algoritmos: “Permanentemente están cambiando las reglas de juego, porque los algoritmos cambian todo el tiempo, y en general no te avisan cuando sucede y eso afecta directamente a [cómo haces] tu laburo”. Laszlo lo graficó con un ejemplo relacionado con contenido de Gelatina que YouTube define como ever green porque “no muere a los dos días, sino que puede verse un año después y sigue teniendo vigencia”. “Ellos nos aplaudían por eso y nos pedían que siguiéramos produciendo ese tipo de contenidos. La semana pasada alguien me dice, ‘Che, YouTube está cambiando la perillita de los algoritmos, el contenido ever green lo van a descartar porque les empezó a convenir otra cosa’. Estás corriendo detrás de eso todo el tiempo, lo mismo pasa con Instagram, con X, etcétera”, graficó.
“Sólidos pero inestables”
Emilio Laszlo recordó que esa frase del subtítulo acá arriba es el eslogan de Gelatina desde sus comienzos. Es –según se desprende de sus palabras– la conciencia de una época en la que la suerte de una empresa de medios en YouTube depende de generar canales alternativos en las redes sociales disponibles para diversificar el alcance de sus contenidos y agrandar su comunidad. Tanto Liska como Laszlo coinciden en que el principal activo de Blender y Gelatina es la comunidad que supieron construir a través de las redes. Es lo que les permite a ambas empresas monetizar contenidos en redes sociales por medio del tiempo de atención que acaparan, los me gusta y superchats; generar relaciones comerciales con marcas que se traducen en contenido patrocinado, venta de publicidad no tradicional —sin tener la obligación de pagar un canon a YouTube–; crear contenidos originales sin la necesidad de respetar el sistema de reglas de los medios tradicionales y producir eventos por fuera de la virtualidad con los que complementar ingresos que se suman a la red de suscripciones pago en el caso de Gelatina.
El final de la madriguera del conejo
Durante la pandemia de Covid-19, el golpe de realidad respecto a la fragilidad y la dependencia en los países de Occidente vino por el lado del acceso a la producción de insumos para hacer frente a la crisis sanitaria. La deslocalización de la fabricación de bienes primarios y secundarios en Asia, sumado a la ralentización de las cadenas de suministros dependientes del transporte, marítimo y terrestre, por restricciones sanitarias y errores humanos, profundizó un replanteo público en países centrales como Estados Unidos (EUA) sobre la inconveniencia de sostener su dependencia económica respecto a la principal potencia de oriente: China. Esto se tradujo en la actual disputa geopolítica que sostienen ambas potencias y que tiene al país como uno de sus escenarios proxy producto de las recurrentes crisis financieras y el alineamiento automático del presidente Javier Milei con EUA. Más allá del resultado de esta disputa entre gigantes, lo concreto es que China es hoy la fábrica del mundo y los precios competitivos de sus productos (desde manufacturas textiles a autos eléctricos y DeepSeek) evita que otras economías se desarrollen, pero también que entren en crisis internas por escasez de bienes de diferente necesidad que, de producirlos en forma local, se verían en grandes dificultades económicas. Esa dependencia cruzada (entre otras ventajas) es la mayor fortaleza de China frente a EUA, mientras el conflicto no escale a una resolución violenta.
La falla de AWS es otro llamado de atención, pero al interior de occidente. Comprender cuán interconectados se encuentran los servicios digitales cotidianos y el grado de dependencia que mantienen sectores clave del hemisferio respecto a un pequeño número de proveedores globales de computación en la nube, mayormente emplazados en EUA. Debería despertar la necesidad de poner en marcha una estrategia de diversificación que les asegure redundancia ante cualquier inconveniente. “Estas perturbaciones no son sólo cuestiones técnicas, son fracasos democráticos. Cuando un solo proveedor deja de funcionar, una serie de servicios críticos se desconectan. Los medios de comunicación se vuelven inaccesibles, las aplicaciones de comunicación seguras como Signal dejan de funcionar y la infraestructura que sirve a nuestra sociedad digital se desmorona”, la persona que dijo esto es Corinne Cath-Speth, jefa de asuntos digitales de Article 19, un grupo que defiende los derechos de los usuarios en Internet.
En 2022 Cory Doctorow describió el ciclo de decadencia de las plataformas tecnológicas, donde primero se vuelven masivas, después generan dependencia en sus usuarios y al final disminuyen la calidad general de los servicios que ofrecen como “enshitificación” (mierdización en castellano) de Internet. En esa línea de razonamiento, el analista político estadounidense Matt Stoller definió el problema que sufrió a AWS como una consecuencia del “lodo corporativo”. Stoller lo caracterizó como “el costo, o los costos, de una economía excesivamente monopolizada y financiarizada”. “El problema con AWS es que nadie [en referencia a los gobiernos y los que definen políticas públicas] se preocupó por la cuota de mercado que maneja o si los clientes pueden, en algún mundo teórico, cambiar a otro proveedor para operar en la nube [sin que eso signifique problemas operativos serios]. El lodo corporativo está en todas partes [de la economía]”.
Argentina, con sus casi 46 millones de habitantes, es el segundo país más grande de América del Sur y en cantidad de empresas unicornio. La economía del país está motorizada, principalmente, por los servicios: 68,5% del PIB. Es un ecosistema que se vincula en forma directa e indirecta con la economía de plataformas y las redes sociales. Por fuera de la discusión necesaria respecto a la informalidad que se observa en estos sectores, su existencia en el contexto de la crisis crónica del país es lo que le permite sobrevivir o complementar su salario a un porcentaje indeterminado de argentinos. Además de ser desde hace años el terreno en el que floreció la industria del streaming, los videopodcast, el newsletter y nuevos medios en general. Otro debate, pero no para este artículo, es qué tipo de efectos generan en nuestras sociedades las discusiones descentralizadas que surgen de esta nueva configuración mediática y sí los objetivos que se proponen, en términos de políticas públicas, logran producir el efecto deseado o si solo sirven para desviar la atención de lo importante y embrutecer la conversación.
Lo que sí podemos concluir es que los cables, el hardware y las plataformas por donde se desenvuelve esa creatividad monotributista que genera riqueza emprendedora, y el coro de necesidades insatisfechas que afecta a trabajadores y empleados, no le pertenecen a los argentinos. El país no tiene una posición de fuerza regional ni hemisférica que le otorgue capacidades para siquiera discutir, como proteger la redundancia del sistema o levantar la voz frente a los abusos de sus propietarios. Somos espectadores, pero con una gran capacidad de adaptación al entorno. Lo que no evita que la suerte de esta economía nacida de Internet –y por ese hecho: indiscutiblemente anarco capitalista–, esté escindida de la voluntad, la cultura y el marco legal y regulatorio del país. Ni soberanía política, ni independencia económica y mucho menos una web libre y abierta de todos y para todos.